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José Ramón Lóbez. Escultor

José Ramón Lóbez. Escultor

La piedra cambia de significado cuando es observada por los ojos del artista. Y cuando esta es modelada deja de pertenecer al universo geológico, para formar parte de otro universo: el artístico, desde alguien que crea, que trasforma e impregna de elementos nuevos esa materia, hasta ahora inerte, para convertirla en algo vivo, cambiando su fundamento y destino primario para el que la naturaleza lo creó. Eso es lo que hace José Ramón. Este artista del municipio de La Muela posee esa extraña virtud que  le hace ver más allá de lo inerte, de lo banal, para cargar de sentido artístico y volumétrico una arenisca, una caliza, un alabastro o un mármol de Calatorao. Y lo hace con una facilidad innata y sorprendente. Ya de niño sentía pasión por las piedras. Se fijaba en ellas, las estudiaba y sentía su mensaje. Desde que, siendo pequeño, su tío le regaló un libro sobre Egipto no ha parado de buscarle sentido a la piedra. Si, por que las piedras transmiten sensaciones y las sensaciones son códigos que no todo el mundo tiene el privilegio de poder captar.  

Y José Ramón Lóbez, escultor perteneciente al Colectivo de Artistas de Valdejalón, tiene ese don para  poder producir otra versión de la misma naturaleza y transformarla, haciéndonos sentir nuevas sensaciones que nos transportan al pasado. A un pasado que nos resulta ancestralmente conocido, como una minúscula pero sustancial reencarnación de lo vivido por nuestros antepasados, haciéndonos ver la insignificancia de una sociedad atrofiada para recuperar esos valores de conexión con la naturaleza, como una nueva realidad.  Por que para José Ramón, la realidad no está en lo cotidiano. Para este escultor de 54 años hecho así mismo, la realidad está en otro plano, en cada piedra que trabaja y que transforma, unas veces en algo nuevo y otras en algo reproducido de culturas pretéritas, para recordarnos que estamos aquí por que otros han estado antes que nosotros. Y nos da una lección de historia “en tiempo real” que se puede ver y tocar, haciéndonos recuperar ese pasado dormido, esa memoria histórica y tribal que nos hace ser más auténticos y a la vez más humildes en la sociedad del frenesí. Y lo hace con elementos y conceptos recuperados del pasado: símbolos celtas, cruces templarias, escudos medievales, iconografías religiosas o paganas, todo fruto de un desarrollado sentido de búsqueda de nuestras raíces, para convertirlos en  una auténtica aula visual, crítica y  magistral de historia.

Y mientras muestra sus obras, que desde la fachada de su casa se esparcen por multitud de lugares, en La Muela y fuera de ella, nuestra mente reproduce  ese sonido de voces divinas que nuestros antepasados oían cuando trabajaban esas mismas formas en esas mismas piedras extraídas de esos mismos lugares. Y uno se ve en ese monte mágico, en esa “muela” -como hermana menor de un Moncayo místico, ancestral y misterioso al fondo- y se imagina enraizado con esta naturaleza dura, difícil, modelada desde hace millones de años por el dios Eolo, ahora convertido en motor de multitud de modernos molinos de energía renovable. Y te sientes solidario con los pueblos y culturas que la poblaron, que estuvieron antes que nosotros para dejarnos su huella. Pero José Ramón no se conforma solo con eso. El quiere dejar la huella de su paso por la vida, como lo hicieron los que pasaron por aquí antes que el, creando elementos nuevos, con personalidad creativa y única, como se puede comprobar en su amplia obra urbana.  Con conceptos muy aragoneses - hasta en los textos que acompañan a sus obras está lo aragonés-. La  fabla  es la lengua que emplea para dar texto a sus obras, no para hacer política barata con el idioma, si no para mostrarle al mundo la solidez de las raíces culturales de nuestra tierra. Cada obra que vemos  la explica con la seguridad y solidez de un catedrático. Para sentir la historia, para sentir el arte no es necesario un título. Simplemente se necesita caminar por la vida con el “receptor” de nuestros sentidos activado, como lo hace José Ramón Lóbez. Contemplar sus trabajos con la piedra resulta reconfortante.

CAL

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