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Begoña Pérez. Pintar como terapia

Begoña Pérez. Pintar como terapia

 

Entramos en su casa y desde ese mismo instante se visualizan cuadros por doquier. Los motivos son variados pero predominan los que tienen que ver con lo “afro”. Quizá lo africano es lo que más se identifica con los colores que a esta aficionada pintora le gustan. Rojos combinados con azules y amarillos fuertemente contrastados con negro, se eligen para destacar, como elementos aparentes los motivos variados y sencillos que Begoña elige, casi al azar, para justificar su entretenimiento. Por que la pintura para ella es eso, entretenimiento, evasión y relax. Para Begoña Pérez, el color es el matiz que identifica como propia, cada una de sus obras. El color está respaldado por una generosa aportación de materia y todo ello, enmarcado dentro de la figuración, con toda la amplitud que tiene este concepto. Se trata, en definitiva, de una pintura sencilla, hecha desde la honestidad de quién disfruta pintando sin mayores preocupaciones. Por que no hay que ser un artista, en el mas amplio, ni en el mas reducido sentido de la palabra, para disfrutar de la pintura. No hay que torturarse por el resultado ni hay que estar pendiente de si se hacen o no exposiciones. Simplemente pintar por el placer de pintar y después colgarlo en la pared de tu casa. Eso es lo que hace Begoña en sus ratos libres. En los momentos de evasión que le permiten sus abejas –ella es apicultora- , su familia, su casa.....ahí esta, montando y desmontando su caballete y colocando sus pinturas en la paleta. Como queriendo reivindicar un espacio físico y mental que le permitan evadirse por unos momentos del mundo patente, para introducirse en su mundo mas interior, mas reflexivo, mas espiritual y sentirse creativa  a su manera y  a su modo.  Sin querer demostrar nada ni a nadie.  Sin necesidad de justificaciones por el resultado ni someterse inquisitorialmente a ningún crítico insaciable.  Seguimos el recorrido de su pequeño museo hogareño, de su realidad artística y encontramos, en un lugar privilegiado de su casa,  dos cuadros de tamaño mediano-grande de los que Begoña está personalmente mas orgullosa. Son dos lienzos hechos al albor del recuerdo de su infancia, de su pueblo: Ricla; de sus rincones mas inmediatos; de los lugares donde corría de niña, que son los mismos en los que ahora hace su vida, con su familia, su trabajo, sus amigos y su entorno mas cercano. Lugares donde la relación espacio tiempo se confunden, se mezclan, para plasmarlos en unos paisajes urbanos llenos de recuerdos infantiles y fusionarlos con la animosidad de un presente para dejar huella y constancia de quien los pintó.

Begoña reconoce que esto de pintar “le vino tarde”. Tiene 43 años y recuerda con claridad el año 2000 cuando sintió la necesidad por casualidad y lamenta no haber empezado antes. No por haber pintado mas, no por haber hecho mas obra.  Si no por que habría encontrado antes la terapia que ella buscaba. A veces uno siente la necesidad de expresarse mas con la pintura que con palabras. El lenguaje de las imágenes a veces es mas elocuente que el de las palabras y con una simple pincelada, con un simple trazo, se pueden decir muchas cosas, a la vez que te relaja y te distrae.

Y Begoña se introduce en el mundo del arte para reclamar, sin pedirlo,  su derecho. El de que a su modo y  desde su humildad pictórica -que no humana- , ser tenida en cuenta como una persona que tiene algo que transmitir y solicita nuestra atención,  por si queremos compartir una parte de sus sentimientos y experiencias que nos transmite pintados de una manera libre, sin complejos ni reglas.

 

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